Estabas ahí, en medio de aquel tumulto que representaba la vida que nunca hubiese deseado para mi ni para ti. En medio de todo y siendo parte de la nada.
Tus ojos, aquellos luceros incandescentes que ahogan mis ganas de vivir, el fuego de tu vida sobre la mía y mis ganas de tenerte aquí, colmando aquel vacío que existe entre los dos. Tus ojos, tan hermosos y tan llenos de vida, absorben mis sentidos y me dejan postrados ante ti, ante aquella imagen imponente que nunca estuvo aquí.
Tus manos, dos corrientes de agua que pasan a través de mi vida y sacian mi sed. Te siento en este desierto como un oasis que busca apaciguar al viajero, pero no eres más que una ilusión que confunde mis vagos pensamientos y me llevan al más profundo calvario de soledad.
Me escuchas, me ves, me sientes, pero no soy más visible que el aire que pasa por la ventana que tu nunca te asomaste a ver. No me escuchas, no me ves, ni me sientes, porque sólo yo puedo ver más allá de tu ceguera que a la vez es mía también, porque siempre he sido sólo yo, porque nunca he dejado de estar solo, incluso teniéndote a mi lado.
Pasado que no regresará jamás, futuro que jamás existirá y vacío existencial que seguirá vigente hasta el fin de los tiempos, cuando la vida no sea más de lo que pudiste tener entre tus manos.
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